Ray (
Colin Farrell) y Ken (
Brendan Gleeson) son dos criminales de medio pelo, enviados por su boss, Harry (
Ralph Fiennes), a un exilio temporáneo debido a la metida de pata espectacular de Ray en su primer
trabajo. El lugar de retiro, como se deduce del título, es la medieval ciudad belga de
Bruges, en la cual el tranquilo y bonachón Ken encontrará suficiente interés cultural como para no aburrirse, mientras Ray, agobiado por el remordimiento, se sentirá peor que un león enjaulado. Sus encuentros con una horda de entrañables personajes (un actor enano norteamericano adicto a los sedantes para equinos, una pareja canadiense muy susceptible a las leyes anti tabaco, una
pusher belga y su novio
skinhead, un armero ruso preocupado por detalles lingüísticos anglófonos, y un largo etcétera) terminará dando un poco de sal y pimienta a ese
tour obligado... hasta que llega la fatídica y esperada llamada de Harry, y a partir de ahí las cosas se van (a veces literalmente) por la borda.
Martin McDonagh es un exitoso
plawright londinense de origen irlandés, autor entre otras obras de
The lieutenant of Inishmore, recientemente propuesta en un teatro local; en los últimos tiempos, sin embargo, parece haber dejado de lado las tablas por el écran con resultados encomiables, como testimonian el
Oscar a mejor corto del 2006 con
Six shooter (también protagonizado por Gleeson) y este promisorio debut en el largometraje, nominado a 3 Golden Globes. Y ha sido justamente la colocación de la película en la categoría de
Comedia / Musical para esa ceremonia lo que terminó de desubicar mi percepción previa de
In Bruges: porque se vea por donde se vea, ésta no es una comedia. La definición más apropiada que se me ocurre ahora es algo como
descorazonador y desesperado drama de redención humana, con diálogos agudos y ocasionalmente muy cómicos. Pero supongo que todavía no inventan esa categoría en los premios de Hollywood, o sea...
Hay muchas cosas que loar en esta película. El guión, in primis, que se regocija en soltar ideas, personajes y frases memorables en la forma más disparatada y aparentemente anárquica posible, para luego atar esos cabos dispersos, de uno en uno, generando una resolución fatalística y, por momentos, casí lírica. Nada es lo que parece y sin embargo todo tiene sentido desde el primer minuto, o algo así: hasta el misterio sobre el grave error de Ray, que en una película menos lograda se habría retenido hasta el último instante a fin de aumentar el suspence, se revela a tiempo para entender a la perfección el sentido de culpa que atenaza a un chico inseguro y al borde del precipicio.
Gran parte del mérito en la verosimilitud del personaje va a
Colin Farrell, que resurge a los fastos de
Tigerland o
Phone booth, cuando era la
next big thing del cine, recordando que detrás de ciertos comportamientos dudosos, o erráticas elecciones de personajes, se esconde un estupendo actor.
Brendan Gleeson, abonado a roles de gigante tonto (
Braveheart,
Gangs of New York,
Troy), convierte a Ken en un profesional sensible, calmado, preocupado por el lento descalabro emocional de su pupilo, y con sus propios demonios por exorcizar. Finalmente,
Ralph Fiennes se roba el show con el retrato nervioso y agresivo de un jefe que no está acostumbrado a recibir negativas, y sin embargo es capaz de ser fiel a una ética, retorcida y personal cuanto se quiera, pero al fin y al cabo comprensible.
In Bruges es una película entrañable y rica de texturas, una agradable sorpresa que se va explicitando en cada esquina, tal y como sucede a Ray con la ciudad homónima: y es imposible resistir semejante encanto.
Seven pounds (*** 1/2)
Si hay algo que detesto en una película es que me reiteren un punto hasta causarme náuseas, y peor aún si se hace con el intento notorio de extraerme lágrimas de forma subrepticia. Siempre he pensado que una cinta tiene que
ganarse los sentimientos que genera, y no manipular adrede al espectador con truquitos de cuarta categoría. También le he agarrado cierta tirria a guiones innecesariamente enredados, cuya falta de linearidad es instrumental a esconder aspectos vitales de la trama para causar un
big bang en el tercer acto. Es por eso que soy el primero en sorprenderme con el impacto crudo y devastador que se puede obtener jugando muy cerca de ambos límites, a veces casi sobre la misma línea. Y si
Muccino se dejaba llevar por la corriente en su azucaradísima opera prima made in USA (
The pursuit of happyness), aquí demuestra un pulso notable para frenar justo antes del barranco.
Ben Thomas (
Will Smith) es un personaje misterioso y de comportamiento inestable, que establece contactos con personas muy distintas entre sí bajo una dudosa identificación de agente del IRS. El único punto en común de esos desconocidos: el sufrimiento, generalmente físico y en muchos casos aparentemente irreparable. Pero hay señales en el temperamento volátil de Ben que apuntan hacia su pasado, donde un evento oscuro lo ha marcado a fuego y lo empuja a completar un diseño que va emergiendo pieza a pieza. Y la relación con Emily (
Rosario Dawson), una de las personas que aparentemente está auditando y a quien sólo un transplante de corazón puede dar esperanzas de vida, parece acelerar un proceso que venía tomando su tiempo.
Voy a poner las manos adelante: esta película no es perfecta ni mucho menos. El enfoque cada vez mayor en lo que sucede entre Ben y Emily obliga a dejar en la sombra a todo el resto del elenco, con personajes secundarios apenas trazados (dos escenas cada uno) y una acumulación de sucesos que, por lo tanto, parecen caer de la nada realmente excesiva: está bien la elipsis, no hay problema con no perder tiempo y páginas de guión sobreexplicando las cosas, pero todo tiene un límite en el balance mismo de la historia. En particular, están criminalmente subutilizados
Barry Pepper en el papel de un abogado amigo de Ben, que lo ayuda en los detalles jurídicos de su plan (y que hubiera sido un magnífico
enchufe del espectador en la historia, debido a su punto de vista privilegiado) y también
Michael Ealy como su preocupado hermano; aunque en este caso la función pivotal del personaje en un
twist cerca del final debe haber provocado una escisión consciente de su minutaje en la pantalla.
También hay que reconocer que no es fácil establecer una relación empática con el protagonista, debido a la inestabilidad mental que demuestra y al premeditado ocultamiento de sus reales intenciones por parte de los realizadores, llevando a que se llegue a un cierto punto de la trama sin mayor interés por lo que está sucediendo. Como dijo una señora a mi costado, ese tipo está loco. Y es difícil para una audiencia identificarse con alguien que hasta los últimos 10 minutos se comporta como tal.
Pero lo curioso del asunto es que estos problemas de guión (porque a nivel de
story la idea es brillante y pertinente) terminan camuflándose a la hora de analizar el mero impacto emocional de la película. El lento y medido compás de las revelaciones permiten a cada quien llegar a prever, antes o después, lo que Ben quiere hacer: y mientras más pronto se entienda la motivación y por ende la desesperación que lo guía, mejor se puede absorber la profunda carga que genera la película.
Will Smith y
Rosario Dawson, por su parte, ponen todo y aprovechan cada segundo de metraje para que la sensación trágica que los permea se proyecte más allá de la pantalla, y lo consiguen con notable efectividad. En especial el personaje de Emily, mucho más positivo que el de Ben, termina constituyendo un oasis de serenidad en medio del drama que la rodea, y eso se debe principalmente a la notable actuación de Dawson.
Evaluar la performance de
Big Willie resulta más complicada porque el personaje en sí es esencialmente incoherente en su proceder, y carece por lo tanto de una evolución ortodoxa dentro de los márgenes de la película. A ojo, creo que está un escalón debajo de sus dos actuaciones "serias" anteriores (es decir, sin considerar a
Hancock), en
The pursuit of happyness y
I am legend. Lo cual no quiere decir que esté mal, ni mucho menos:
En resumen, Seven pounds es una película que recoge gran parte de su efectividad en el núcleo de la historia que quiere contar, donde rasga cuerdas cortantes y dolorosas, y en la capacidad de sugerir inevitabilidad, especialmente en el personaje de Emily. Se hubiera agradecido menos trampitas y truquitos y más carne en el guión, pero para lo que pasa el convento en L.A. no nos podemos quejar ni mucho menos.
News
Los
Golden Globes dejaron varias cosas para el recuerdo. El premio a
Heath Ledger como actor de reparto (no acepto apuestas sobre su segurísimo Oscar), el doblete de
Kate Winslet cono actriz de drama y
supporting (aunque viciado porque ambos papeles son en realidad protagónicos), y sobretodo la confirmación que
Slumdog millionaire es el favorito prohibitivo para los Academy Awards (4 globos sobre 4 nominaciones, incluyendo las 3 grandes, película, director y guión). La presencia sarcástica de
Ricky Gervais y
Sacha Baron Cohen, que confirmaron que el humor británico se come vivo al americano. El efecto botox en muchos rostros del público (
Eastwood y
Weaver über alles). El considerable bajón de peso de
Tom Cruise. El vacío total de premios de
The curious case of Benjamin Button,
Frost/Nixon,
Doubt y
Milk (que ni había sido nominado), firmes candidatos a la quiniela de mejor película en quince días. El triste hecho que
Demi Moore se veía más joven que
su hija, a la sazón Miss Golden Globe 2009.
En vista de los Oscars, creo que la
avalancha de nominaciones para
The dark knight por parte de los gremios (hasta el momento productores, directores, sonido, guión, actores, cinematógrafos) aseguran su nominación a best film, y probablemente varios premios técnicos, además del esperadísimo reconocimiento a Ledger.
Por otra parte, el éxito en el
box office en cierta medida sorprendente de
Gran Torino creo que le ganará una nominación a Clint Eastwood como mejor actor. Pero la película puede haber salido (o haber sido dejada salir) demasiado tarde para cambiar la marea.