Bueno, en realidad ya son dos semanas que vivo en mi nuevo departamento, pero quería transmitir la sensación de haber recién entrado a un nuevo mundo y a una nueva vida.
Todo esto parece muy romántico, muy life changing experience, y sin embargo hay un punto que me parte el alma cada vez que tengo que cambiar de casa.
Mis libros.
Cualquier objeto creado por el hombre es más fácil de mover en una mudanza que estos pequeños objetos. He tenido menos problemas subiendo una refrigeradora full size a este sexto piso, o trasladando vajilla china en barco a través del Pacífico y el Atlántico.
Pero los libros... para empezar, tienen una densidad fìsica impresionante. Una caja llena de libros pesa más que esa misma caja, pero llena de pesas de acero. Adicionalmente, la humedad los afecta y daña de manera casi instantánea. En tercer lugar, vienen en tantos y tan disímiles tamaños que convierten cualquier estante, repisa, librería, en una especie de cuadro abstracto, sin una pizca de simetría. Peor aún si, como sucede cuando uno cambia de casa, manda a hacer ex novo dichos muebles... y luego de haber pagado profumadamente al carpintero se descubre que las ediciones económicas desaparecen en tan grandes superficies, y en cambio los tomos macizos no caben en ningún lugar.
Jeez.
Y lo peor es que se multiplican como conejos en constante apareamiento. Y lo peor de lo peor, es que no mueren. Al contrario, los años los vuelven más valiosos y dignos de protección. Como resultado, necesitan un espacio cada vez más amplio, más limpio, más seco...
La gente me critica por haber desaparecido el segundo dormitorio de este departamento, para convertirlo en mi librería.
"Cómo harás cuando tengas hijos? Dónde los vas a meter?"
Mi respuesta suele generar controversia, pero me sale del corazón.
El problema, en ese momento, lo tendrán mis hijos.
Porque mis libros no se tocan.
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