martes, 16 de septiembre de 2008

Super-Human Race

No sé muy bien como he logrado levantarme de la cama hoy. Mi cabeza está hecha una pelota (desinflada, remendada en varias partes, con algunas costuras a medio deshacer) y ni un tempranero café negro y recargado parece tener ningún efecto. No encuentro una razón lógica para mi estado, considerando que la jornada de ayer fue más bien relajada. ¿Cansancio acumulado? Quién sabe. Lo curioso es ver como cambian las cosas en poco tiempo. Hace dos semanas y dos días, a esta hora, estaba a punto de concluir mi última hazaña deportiva (a la fecha): mi memorable (?) récord en la 10K.

En noviembre, tal como reseñé en un post pasado, participé a una de estas carreras. Me había estado preparando responsablemente, con seis pruebas sobre esa distancia en el mes previo a la competencia, en las cuales pasé de un tiempo inicial de 58'28" hasta un muy decente 53'51". En la carrera misma, aún con varios puntos en contra, como el calor ecuatorial o el tráfico humano con el que tuve que lidiar al salir muy atrás en la partida, aplastado en la panza del grupo, logré hacer un tiempo que para mí era excepcional, 53'32". Me pareció en ese entonces un resultado increíble y tengo que admitir que me levantó la autoestima como mínimo un par de puntos. Inmediatamente anuncié que participaría sí o sí en la carrera del año siguiente, donde intentaría contrarrestar los aspectos negativos que me habían condicionado en ese momento y obtener de esa manera un registro aún mejor.

Fue así como, apenas se esparció la voz que el 31 de agosto se desarrollaría una 10K mundial, dejé mis hábitos peligrosamente sedentarios, desempolvé las zapatillas, pagué mi inscripción y programé un plan de preparación minucioso para llegar en las mejores condiciones a la competencia. Faltaban ocho semanas. Tenía previsto hacer un primer mes de gimnasio y a lo mucho una carrera por semana, simplemente para poner a punto el físico; el tiempo restante sería a base de dieta y muchos kilómetros de entrenamiento. Me pareció un plan grandioso.

Pero de pronto me encontré en la misma situación que Napoleón o Hitler: ver como mis ambiciosos proyectos se chocaban contra un enemigo insuperable, el General Invierno. La temperatura bajó bruscamente y trajo consigo lluvias y neblina en dosis abundantes. De todas formas, la primera semana seguí mi programa a la letra: ejercicio diario y, empezando la semana, 10 km. El segundo lunes, luego de cerrar esa distancia en un mediocre 57'37", me di cuenta que las condiciones climáticas me estaban derrotando: en la noche ya tenía en proceso una fastidiosa faringitis.

Toda la semana siguiente la pasé embutido de antibióticos, sin tener más desplazamientos que un trayecto directo diario cama - bus - oficina - bus - cama. La semana siguiente ya me encontraba mejor, pero no quise arriesgar mi integridad saliendo a correr en madrugadas gélidas y húmedas. Así que me dediqué a sanas actividades gimnásticas indoor... pero, pasados 5 días más, mi problema respiratorio, aparentemente no bien tratado, regresó exigiendo venganza. Nuevamente, tenía que cortar la preparación en seco, pero esta vez por más tiempo: no quise exponerme a ninguna recaída, por lo que no me moví por 2 semanas exactas. Y así, como quien no quiere, terminó julio.

Empezando agosto, reformulé drásticamente todo mi plan de entrenamiento y repartí las cuatro semanas que me quedaban en dos partes iguales, reflejando lo que había pensado hacer con el doble de tiempo: quince días de gimnasio, quince de dieta y carrera. Eventualmente, por motivos completamente fuera de mi alcance y voluntad, tuve que posponer cualquier intento de correr en las madrugadas hasta el 20 (día en el que, además, me retiré a los 6,5 km con dolores inenarrables), y la dieta sólo se llevó a cabo la última semana. Luego de un intento exitoso el domingo antes de la carrera, logrando un magnífico 53'33" en pleno mediodía (?), el 28 volvía a tener problemas y abandonaba alrededor del kilómetro 7. Pero por lo menos la única parte de mi cuerpo que no se había resentido en esos días era justamente la más débil, la garganta. Así, con muchas dudas y toda la sensación de que podía pasar cualquier cosa, me acerqué a la línea de partida, el domingo en la mañana.

Por suerte, esta vez conseguí una posición mucho mejor a la partida. Ubiqué a las liebres que llevarían el paso de los 50' y los 55' y me coloqué exactamente en el medio, teniendo muy claro que si quería estar en los alrededores de mi récord personal tenía que mantenerme más o menos equidistante entre ellos. El día, milagrosamente, se presentó mucho más soleado y primaveral que de costumbre, lo cual me pareció una óptima señal, considerando que el circuito se desarrollaría en zonas cercanas al mar, lo cual en estas épocas, usualmente, es sinónimo de niebla profunda y densa, llovizna salada, ventarrones congelantes cada dos por tres.

Cuando pasé la banderola del primer kilómetro, me sorprendí al ver que estaba en 4'55". Para tener una idea, sólo dos veces había tenido tiempos por debajo de los 5': los últimos mil metros en una 7K de finales del 2006 (4'59") y los primeros en mi entrenamiento de una semana antes de la competición (4'47"). Descartando el primer resultado, al tratarse de una distancia distinta, recordé como el gran esfuerzo en el arranque de la última vez me había pasado factura en el final: en los siguientes 9 km nunca bajé de los 5'12", lo cual no había impedido, sin embargo, que hiciera mi récord fuera de competencias oficiales. Buen antecedente.

Pero aún mejor fue encontrarme en 9'52" a los dos mil metros. Significaba que luego del 4'55" había plantado un 4'57"... y ya había ganado 8" sobre los 50', aunque la liebre asignada a ese tiempo seguía varios metros delante mío (al parecer, no seguía un ritmo uniforme). Al km 3, seguía muy por debajo de mis tiempos, con 14'55" (parcial de 5'03"), pero poco antes de llegar a ese hito, empecé a notar el resurgir de los dolores que me habían aquejado en las dos ocasiones en que, durante mi preparación, tuve que dejar de correr antes de concluir los 10 kilómetros. Empecé a maldecirme por haber conducido mi ritmo de forma tan irresponsable, desgastándome tontamente a tanta distancia de la llegada; acto seguido, frené un poco el paso y traté de respirar lo más profundamente que podía, para ver si lograba paliar el fastidio. Que todo ese problema me significara un tiempo aún bajísimo sobre el último kilómetro me indicó que, evidentemente, venía a una velocidad inusitada. Eso me tranquilizó y aparentemente fue todo lo que necesitaba para que, como por milagro, todos los dolores se difuminaran lentamente.

Tanto así, que el cuarto y quinto kilómetro estuvieron nuevamente por debajo de los 5' (4'54" y 4'46"), llevándome a pasar la mitad de carrera en 24'35", algo realmente absurdo, inconcebible, impensable; la proyección estaba ampliamente por debajo de los 50', ni qué hablar de mi récord. Ese fue el mejor momento de la carrera: me sentía en gran forma, no sentía el cansancio, corríamos por el malecón, todo formaba parte de un momento Kodak. Y de pronto, el vacío.

Siempre me he jactado de saber salir de situaciones imprevistas con un alto grado de improvisación. En muy pocas ocasiones me ha ido mal. Por ejemplo, nunca he inspeccionado los circuitos de las carreras antes de las mismas; me parecía mucho más divertido afrontarlas sin saber lo que me esperaba. Por una bizarra coincidencia, la última vez me había ido de maravilla, porque la carrera se desarrollaba por el camino que recorría todos los días para llegar a la oficina; conocía cada centímetro del recorrido, cada curva, subida, bajada, cada grumo de asfalto o cemento. En esta ocasión, dividiendo los 10 km en cuatro bloques, tenía muy claros el segundo y el cuarto sector; el primero y el tercero representaban incógnitas casi totales, especialmente en el segundo caso, que cubría toda la zona de los malecones. Pero no me di el tiempo ni tuve las ganas de repasar esos metros: los consideré a priori como una zona plana y tranquila, probablemente fresca, previa a un último kilómetro y medio en plena subida.

Craso error. Alrededor de los 5,5 km, una muralla casi vertical me demostró en toda su pendiente que estas cosas no estaban hechas para aventureros. Todo el impulso con el que había llegado se frenó bruscamente mientras trataba de aclimatar mis piernas a esa escalada. En esos 500 metros perdí toda la ventaja que había acumulado, la liebre de los 50' volvió a pasarme, y llegué a los 6 km con 30'10" (parcial de 5'35"). Pero lo peor era que había derrochado energías tal vez imposibles de recuperar sobre ese escalón, y según lo que veía paso a paso, no había señales de bajada de allí hasta el finish. Aún esforzándome para mantener el ritmo, me alejaba inexorablemente del cartel que me precedía: 5'09", 5'06" y 5'13" me proyectaron, en el km 9, a 45'38". No era ni lejanamente un mal tiempo, es más, prácticamente me aseguraba un extraordinario récord personal, por debajo de los 52', tal vez incluso de los 51'.

Pero me daba rabia pensar en esa desaceleración abrupta. De haber sabido lo que me esperaba, podría haber manejado un poco mejor el cuarto y quinto kilómetro para llegar más descansado a la subida, y perder a lo mucho la mitad de ese minuto de ventaja que se me había esfumando entre los km 5 y 9. Decidí ir al suicidio, forzando todo en los últimos mil metros de subida constante, y arriesgar las piernas si era necesario, con la firme convicción de no volver a correr por todo el tiempo que quisiera. Era un último esfuerzo, que fue realizado con muy poco estilo, sin fijarme mucho en el ritmo de la respiración y menos aún en el pulso, simplemente apuntando a la llegada. La última recta fue terrible, y si no terminé caminando fue sólo por la cantidad de gente que se encontraba a los lados de la calle: en la vida me hubiera expuesto a un ridículo semejante. Es más, hasta aceleré un poco, pasando varios corredores, dando la impresión de que venía con energías. Nada más falso. Prácticamente llegué gracias a los últimos vapores de gasolina que quedaban en el motor...

50'19" (*). Km 10 a 4'41". Había bajado mi record en 3'13", es decir una mejora del 6%... que incluso era aplicable a mi última carrera de preparación (un segundo por encima del récord anterior), por lo que, a pesar de todo, en una semana me había sacado más de 600 metros de ventaja. Impresionante. La euforia me asaltó, a tal punto que, luego de recoger la medalla y tomarme varios litros de hidratantes, me enrumbé caminando hacia mi casa... a casi 4 km de distancia de la llegada. A diferencia de la vez pasada, no sentía ningún dolor en los pies, no tenía las piernas endurecidas, no tuve necesidad de dormir toda la tarde. Me sentía cañón.

Hoy, en cambio, no. Pero tengo que admitirlo. Recordar la carrera me ha quitado el cansancio. Claro, también podría ser el efecto retardado del café que tomé hace un rato. Pero me gusta pensar que, muy en el fondo de mi ser, la llama de ese día me ha vuelto a alumbrar. Y se siente muy bien.

(*): ese es el tiempo que yo cronometré (ver foto). El tiempo oficial, tal como salió dos días después en la página de Nike, fue de 50'21". No creo que haga diferencia para el análisis posterior.


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