Entre las tres o cuatro cosas que estoy leyendo de manera contemporánea en los últimos tiempos, la que más me apasiona es una estupenda Historia de la Segunda Guerra Mundial, en seis tomos. Es la cuarta o quinta vez que pasa por mis manos, pero en cada ocasión me ha sido posible extraer detalles e ideas nuevas; entre tantas páginas, imágenes, mapas, relatos, siempre se esconde algún aspecto o historia desconocida.
Esta enésima relectura se originó en la visión de Letters from Iwo Jima, emocionante película de Clint Eastwood, que describía la heroica resistencia de los pocos y mal abastecidos defensores de la isla frente a las masivas fuerzas americanas. La descripción vívida del General Tadamichi Kuribayashi y de sus mil y una genialidades tácticas, que le permitió tener ocupadas en un espacio reducido a enormes fuerzas enemigas, me impulsó a buscar a lo largo de ese conflicto si, aún a pesar de la derrota final, el comportamiento de las fuerzas del Eje había resultado mejor que la de los Aliados, más allá de los errores estratégicos de los líderes máximos de sus naciones.
En tal sentido, siempre sospeché que, de no haber tenido Hitler un control tan acentuado de las decisiones militares alemanas, las cosas hubieran seguido todo otro derrotero. En más de una ocasión sus generales, que en enorme mayoría provenían de los rangos aristocráticos del viejo ejército prusiano, se declararon abiertamente en contra de sus a veces estrafalarios planes de guerra. Algunos, como Guderian, genio de los Panzerkorps, llegaron a desobedecerlo abiertamente, consiguiendo éxitos sonantes; otros, entre ellos von Kluge y Rommel, estuvieron incluso involucrados en mayor o menor medida en un atentado contra el führer. La difícil convivencia entre esa casta militar teutónica de tradición plurisecular y el advenedizo ex cabo austríaco siempre fue complicada, pero las iniciales victorias obtenidas en base a las intuiciones de Hitler pusieron un parche y le dieron un cierto crédito con sus comandantes.
Sin embargo, su deseo de no aniquilar a los ingleses en Francia, dándoles tiempo para evacuar el cuerpo expedicionario con la epopeya de Dunkerque, impidió destruir moralmente a las tropas de Churchill; su confianza excesiva en la Lüftwaffe de su compinche Göring lo llevó a dar prioridad a los combates aéreos antes que a una invasión terrestre de las islas británicas; la locura de atacar a la URSS antes de haber liquidado los demás frentes y la orden absurda dada a von Paulus de no retirarse de Stalingrado causaron en fin de cuentas el desastre de la Wehrmacht en el frente oriental, impidiendo por lo tanto una defensa adecuada en Normandía.
Sus aliados no lo hicieron mejor: Mussolini logró, por sí solo, meter a Italia en una guerra para la que no estaba preparada, embarcarse en aventuras suicidas y destinadas al fracaso (Cirenaica, Somalia, Grecia), destruir al ejército y a la economía del país, hasta hacerse ejecutar por partisanos mal alimentados; Tojo, por su parte, se enquistó en la idea de conquistar China, manteniendo en ese territorio las fuerzas que le habrían permitido ocupar sin mayores problemas la India, Australia, Alaska, Siberia y quién sabe qué más. Si Italia se hubiera limitado a defender sus antiguas fronteras y brindar tropas para las operaciones de los alemanes, la guerra en el Mediterráneo se habría limitado a una cabalgata triunfal por el Medio Oriente, dejando al genio de Rommel libre para actuar en otros lugares; no hubiera sido necesario intervenir en los Balcanes, que, sin el apoyo de los ingleses desde Egipto, se habrían plegado al Eje sin mayores retrasos; y se hubiera contado, en el clímax del conflicto, con tropas frescas y mejores medios para operaciones de gran envergadura. Si Japón, por su parte, se hubiera limitado a controlar la situación en China y hubiera atacado a los rusos por la retaguardia, Stalin se hubiera rendido en el curso del primer año de guerra.
Los Aliados también cometieron errores estratégicos graves por culpa de sus líderes políticos. El desastre de la Armada Roja en la primera fase de la invasión nazi fue causado casi exclusivamente por la voluntad de Stalin de mantener una línea defensiva inamovible, que fue rebasada, rodeada y aniquilada por los panzers en pocas semanas. Churchil insistió hasta el cansancio en la necesidad de invadir Italia antes que los Balcanes, consiguiendo empantanar a numerosas divisiones en el lento trayecto a lo largo de la bota y entregando Europa Oriental al comunismo. Roosevelt sabía del avance militarista japonés y de la capacidad que tenían para atacar Pearl Harbor, sin embargo no movió un dedo para evitar que toda su flota del Pacífico se encontrara reunida en ese punto.
Sin embargo, cuando se evalúa el desempeño de los generales de ambos bandos, la desproporción de méritos es evidente. No por nada las proezas de los varios Guderian, Rommel, Kluge, Kesselring, Vietinghoff, Falkenhorst resultan mucho más importantes, en esa balanza, que las dudas de Montgomery, la debilidad de Clark, la nulidad francesa (el mismo De Gaulle sólo cosechó derrotas, mientras no estuvo respaldado por los angloamericanos). Quizás el inimitable Patton estuvo al nivel de los antes mencionados, y ahí paramos de contar.
Si esta comparación no resulta convincente, basta analizar en cuánto tiempo se desarrolló el avance del Eje, hasta su apogeo, y cuanto se demoraron los Aliados en recuperar el terreno. La campaña de Francia duró seis semanas y su reconquista tomó seis meses; Japón llegó a los límites de su esfera de coprosperidad en siete meses y perdieron esas conquistas en dos años y tres meses. El caso de Italia fue distinto, en cuanto sus intervenciones estaban marcadas por la incompetencia de sus líderes y la falta de capacidad bélica para afrontarlas. Además no hay que olvidar que, mientras que el Eje tenía una cierta homogeneidad interna (eran todos régimenes nacionalistas, imperialistas, autoritarios), los Aliados tuvieron que gestar un pacto contranatura entre democracias occidentales y el comunismo más extremista para poder contar con las fuerzas necesarias para la victoria.
Las victorias de alemanes y japoneses fueron inmediatas y totales, aún en inferioridad de condiciones; las derrotas casi siempre fueron vendidas a caro precio y ocupando un número mucho mayor de enemigos. Ejemplares son los casos la campaña de Italia, donde Kesselring realizó una retirada ejemplar y desgastante a través de sucesivas líneas de defensa desde Túnez hasta Pisa, o la resistencia japonesa en las islas del Pacífico, de Guadalcanal a Okinawa. Las mismas estrategias demuestran mucha más preparación e ingenio en el lado dej Eje: los Aliados nunca tuvieron un plan Manstein o se les ocurrió un ataque a Pearl Harbor. Casi siempre recurrían a ataques macizos sobre frentes extensos, con amplísima superioridad numérica (Francia, África del Norte, Europa Oriental), o a desembarcos anfibios masivos para conquistar pequeñas cabezas de puente, siempre con una lentitud exasperante (Argelia, Salerno, Anzio, Normandía).
La pregunta espontánea es: si en el lugar de Hitler, Tojo y Mussolini se hubieran encontrado líderes con menor ingerencia directa en los asuntos militares, el Eje habría ganado la guerra? Luego de lo expuesto, la respuesta obvia es sí. Y sin embargo, yo creo que no.
Para empezar, sin el componente de locura e irresponsabilidad que figura en los carácteres de ese trío jamás se hubiera dado el Eje, por lo que la pregunta parte de una premisa falsa. Pero aún admitiendo que las circunstancias históricas podrían haber llevado a la confluencia de intereses de las potencias, creo que la fuerza numérica intrínseca, y la capacidad industrial instalada de americanos, soviéticos y británicos (éstos últimos gracias a su red de dominions) representaba un punto de partida demasiado fuerte para ser eliminado.
La única forma en la que una victoria hubiera sido posible consiste en la eliminación radical de la superioridad industrial de los Aliados, lo cual habría sido posible sólo con una serie de operaciones de alcance enorme y sujetas a problemas logísticos gigantescos; y todo bajo la premisa que Italia se comportaría de forma racional, permaneciendo no beligerante hasta contar con un potencial de combate mínimamente aceptable. Ojo: todas las operaciones indicadas fueron, en su momento, tomadas en consideración por los países en guerra.
Todo esto es pura distopia, terrible y cruda. Pero nos indica dos cosas muy importantes: por un lado, qué cerca se estuvo de un escenario similar, gracias a la incapacidad de los generales aliados (que al parecer es congénita: véase Vietnam, Afghanistán, Iraq) y a la neta superioridad del militar alemán o japonés; y por el otro, cuánto tenemos que agradecer a los tiranos, y en primer lugar a Hitler, por esas tonterías megalómanas que impidieron el mejor funcionamiento de sus tropas.
Es verdad. Por increíble que parezca, la democracia occidental, en sus vertientes liberal filoamericana y socialista post soviética, subsiste gracias a su peor enemigo. Dankeschön, herr Hitler!
En tal sentido, siempre sospeché que, de no haber tenido Hitler un control tan acentuado de las decisiones militares alemanas, las cosas hubieran seguido todo otro derrotero. En más de una ocasión sus generales, que en enorme mayoría provenían de los rangos aristocráticos del viejo ejército prusiano, se declararon abiertamente en contra de sus a veces estrafalarios planes de guerra. Algunos, como Guderian, genio de los Panzerkorps, llegaron a desobedecerlo abiertamente, consiguiendo éxitos sonantes; otros, entre ellos von Kluge y Rommel, estuvieron incluso involucrados en mayor o menor medida en un atentado contra el führer. La difícil convivencia entre esa casta militar teutónica de tradición plurisecular y el advenedizo ex cabo austríaco siempre fue complicada, pero las iniciales victorias obtenidas en base a las intuiciones de Hitler pusieron un parche y le dieron un cierto crédito con sus comandantes.
Sin embargo, su deseo de no aniquilar a los ingleses en Francia, dándoles tiempo para evacuar el cuerpo expedicionario con la epopeya de Dunkerque, impidió destruir moralmente a las tropas de Churchill; su confianza excesiva en la Lüftwaffe de su compinche Göring lo llevó a dar prioridad a los combates aéreos antes que a una invasión terrestre de las islas británicas; la locura de atacar a la URSS antes de haber liquidado los demás frentes y la orden absurda dada a von Paulus de no retirarse de Stalingrado causaron en fin de cuentas el desastre de la Wehrmacht en el frente oriental, impidiendo por lo tanto una defensa adecuada en Normandía.
Sus aliados no lo hicieron mejor: Mussolini logró, por sí solo, meter a Italia en una guerra para la que no estaba preparada, embarcarse en aventuras suicidas y destinadas al fracaso (Cirenaica, Somalia, Grecia), destruir al ejército y a la economía del país, hasta hacerse ejecutar por partisanos mal alimentados; Tojo, por su parte, se enquistó en la idea de conquistar China, manteniendo en ese territorio las fuerzas que le habrían permitido ocupar sin mayores problemas la India, Australia, Alaska, Siberia y quién sabe qué más. Si Italia se hubiera limitado a defender sus antiguas fronteras y brindar tropas para las operaciones de los alemanes, la guerra en el Mediterráneo se habría limitado a una cabalgata triunfal por el Medio Oriente, dejando al genio de Rommel libre para actuar en otros lugares; no hubiera sido necesario intervenir en los Balcanes, que, sin el apoyo de los ingleses desde Egipto, se habrían plegado al Eje sin mayores retrasos; y se hubiera contado, en el clímax del conflicto, con tropas frescas y mejores medios para operaciones de gran envergadura. Si Japón, por su parte, se hubiera limitado a controlar la situación en China y hubiera atacado a los rusos por la retaguardia, Stalin se hubiera rendido en el curso del primer año de guerra.
Los Aliados también cometieron errores estratégicos graves por culpa de sus líderes políticos. El desastre de la Armada Roja en la primera fase de la invasión nazi fue causado casi exclusivamente por la voluntad de Stalin de mantener una línea defensiva inamovible, que fue rebasada, rodeada y aniquilada por los panzers en pocas semanas. Churchil insistió hasta el cansancio en la necesidad de invadir Italia antes que los Balcanes, consiguiendo empantanar a numerosas divisiones en el lento trayecto a lo largo de la bota y entregando Europa Oriental al comunismo. Roosevelt sabía del avance militarista japonés y de la capacidad que tenían para atacar Pearl Harbor, sin embargo no movió un dedo para evitar que toda su flota del Pacífico se encontrara reunida en ese punto.
Sin embargo, cuando se evalúa el desempeño de los generales de ambos bandos, la desproporción de méritos es evidente. No por nada las proezas de los varios Guderian, Rommel, Kluge, Kesselring, Vietinghoff, Falkenhorst resultan mucho más importantes, en esa balanza, que las dudas de Montgomery, la debilidad de Clark, la nulidad francesa (el mismo De Gaulle sólo cosechó derrotas, mientras no estuvo respaldado por los angloamericanos). Quizás el inimitable Patton estuvo al nivel de los antes mencionados, y ahí paramos de contar.
Si esta comparación no resulta convincente, basta analizar en cuánto tiempo se desarrolló el avance del Eje, hasta su apogeo, y cuanto se demoraron los Aliados en recuperar el terreno. La campaña de Francia duró seis semanas y su reconquista tomó seis meses; Japón llegó a los límites de su esfera de coprosperidad en siete meses y perdieron esas conquistas en dos años y tres meses. El caso de Italia fue distinto, en cuanto sus intervenciones estaban marcadas por la incompetencia de sus líderes y la falta de capacidad bélica para afrontarlas. Además no hay que olvidar que, mientras que el Eje tenía una cierta homogeneidad interna (eran todos régimenes nacionalistas, imperialistas, autoritarios), los Aliados tuvieron que gestar un pacto contranatura entre democracias occidentales y el comunismo más extremista para poder contar con las fuerzas necesarias para la victoria.
Las victorias de alemanes y japoneses fueron inmediatas y totales, aún en inferioridad de condiciones; las derrotas casi siempre fueron vendidas a caro precio y ocupando un número mucho mayor de enemigos. Ejemplares son los casos la campaña de Italia, donde Kesselring realizó una retirada ejemplar y desgastante a través de sucesivas líneas de defensa desde Túnez hasta Pisa, o la resistencia japonesa en las islas del Pacífico, de Guadalcanal a Okinawa. Las mismas estrategias demuestran mucha más preparación e ingenio en el lado dej Eje: los Aliados nunca tuvieron un plan Manstein o se les ocurrió un ataque a Pearl Harbor. Casi siempre recurrían a ataques macizos sobre frentes extensos, con amplísima superioridad numérica (Francia, África del Norte, Europa Oriental), o a desembarcos anfibios masivos para conquistar pequeñas cabezas de puente, siempre con una lentitud exasperante (Argelia, Salerno, Anzio, Normandía).
La pregunta espontánea es: si en el lugar de Hitler, Tojo y Mussolini se hubieran encontrado líderes con menor ingerencia directa en los asuntos militares, el Eje habría ganado la guerra? Luego de lo expuesto, la respuesta obvia es sí. Y sin embargo, yo creo que no.
Para empezar, sin el componente de locura e irresponsabilidad que figura en los carácteres de ese trío jamás se hubiera dado el Eje, por lo que la pregunta parte de una premisa falsa. Pero aún admitiendo que las circunstancias históricas podrían haber llevado a la confluencia de intereses de las potencias, creo que la fuerza numérica intrínseca, y la capacidad industrial instalada de americanos, soviéticos y británicos (éstos últimos gracias a su red de dominions) representaba un punto de partida demasiado fuerte para ser eliminado.
La única forma en la que una victoria hubiera sido posible consiste en la eliminación radical de la superioridad industrial de los Aliados, lo cual habría sido posible sólo con una serie de operaciones de alcance enorme y sujetas a problemas logísticos gigantescos; y todo bajo la premisa que Italia se comportaría de forma racional, permaneciendo no beligerante hasta contar con un potencial de combate mínimamente aceptable. Ojo: todas las operaciones indicadas fueron, en su momento, tomadas en consideración por los países en guerra.
- Alemania lleva a cabo el Plan Manstein a rajatabla, sin cesar su avance hasta aniquilar a franceses y británicos en suelo continental, evitando Dunkerque. La rendición de Francia debe incluir la entrega de su Armada, de forma íntegra.
- Con la flota conjunta franco-alemana, se puede resguardar el paso del Canal de la Mancha frente a la Armada Británica. Con una estrategia similar a la empleada en Francia, las islas caen en menos de dos meses. Lo lógico es que el gobierno del Reino Unido se traslade a Canadá, y mantenga su posición beligerante desde los dominions. Queda por ver si algunos de éstos (Australia, India, Sudáfrica) no se declararían independientes, en ese caso.
- Las tropas de ocupación de Francia meridional pueden desembarcar en Algeria, ocupar el África noroccidental y avanzar, con el apoyo de los italianos en Libia, hacia la conquista de Egipto y Palestina, convirtiendo al Mediterráneo en un lago del Eje. A consecuencia de esto, Turquía se aliaría con los alemanes y los Balcanes, Grecia, Siria e Iraq, rodeados, se verían forzados a plegarse a gobiernos amigos.
- El ataque a Rusia se apoya desde el Cáucaso con tropas turco-alemanas, cerrando la retirada hacia el Volga de las tropas soviéticas. Los pozos petrolíferos y Stalingrado caen por mano de estas tropas, evitando que todo un grupo de ejércitos se desperdicie en esa zona; su presencia en los frentes del norte permiten ocupar Leningrado y Moscú, lo que lleva a una retirada de los rusos más allá de los Urales.
- Mientras tanto, Japón realiza su ataque al sud este asiático y al Pacífico; pero libera sus divisiones en Manchuria para ocupar la Siberia oriental y los importantes centros industriales de la misma. En menos de un año, Stalin se vería obligado a pactar, aplastado entre la estepa y los Urales.
- Las tropas alemanas de Rusia pueden a ese punto descender por Persia y atacar a la India, enlazándose con los japoneses que avanzan desde Birmania. Si ya no lo hizo, la India se declararía independiente y pactaría. Las tropas japonesas podrían entonces concentrarse sobre Australia, con idénticos resultados.
Todo esto es pura distopia, terrible y cruda. Pero nos indica dos cosas muy importantes: por un lado, qué cerca se estuvo de un escenario similar, gracias a la incapacidad de los generales aliados (que al parecer es congénita: véase Vietnam, Afghanistán, Iraq) y a la neta superioridad del militar alemán o japonés; y por el otro, cuánto tenemos que agradecer a los tiranos, y en primer lugar a Hitler, por esas tonterías megalómanas que impidieron el mejor funcionamiento de sus tropas.
Es verdad. Por increíble que parezca, la democracia occidental, en sus vertientes liberal filoamericana y socialista post soviética, subsiste gracias a su peor enemigo. Dankeschön, herr Hitler!
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