
Marie Antoinette no es el clásico film de época. Conociendo a Sofia Coppola, eso era lógico. La banda sonora, para empezar, mezcla ecléctica y confusamente música barroca, pop rock británico, piezas instrumentales modernas, arpas, y quién sabe qué mas. Adicionalmente, la reseña biográfica es por lo menos atípica, en cuanto evita voluntariamente casi todos los eventos más importantes en la vida de su protagonista, concentrándose más en su vida cotidiana, enclaustrada entre el mármol y el oro de Versailles. Estos dos puntos, que deberían representar el aporte principal de la creatividad de la directora, en realidad terminan por hundir la cinta en un pantano excéntrico y a la vez tedioso, sin picos emotivos, sin arcos emocionales, nada. Si a eso le agregamos algunas elecciones de casting bastante discutibles, empezando por Jason Schwartzmann como Luis XVI y terminando por el anónimo y anodino retrato de von Fersen, nos encontramos frente a una película netamente fallida.
El debate entorno a Music and lyrics es mucho más simple. No hay punto en el guión que no genere sensaciones de déjà vu o de refrito: hemos visto situaciones y caracteres similares en miles de date movies. Es todo tan previsible, que al llegar a dos tercios de película se espera con trepidación la infaltable discusión, pelea o enfrentamiento trivial cuya única función dramática es conducir a la reconciliación final y al más obvio happy ending. En este caso, incluso, Marc Lawrence ha decidido hacer la cosa más simple, más digerible, más directa, evitándose el lujo de colocar antagonistas sentimentales para los protagonistas. No estoy bromeando: así de boba es la estructura de la película.
Y a pesar de todo, ambos films tienen cosas puntuales muy positivas; tan buenas y destacables que terminan por elevar single-handedly el nivel de esas dos horas de celuloide. En el caso de Marie Antoinette, son justamente los aspectos más clásicos en una producción de época los que resultan impecables: el vestuario, la dirección de arte (ayudada por la posibilidad de filmar en las locaciones reales, un lujo absoluto), la cinematografía; uno se termina preguntando, con cierto remordimiento, que hubiera pasado si Coppola hubiera sido menos crítica respecto a la tradición musical e historiográfica del género a la hora de realizar esta película.

Algo muy similar y a la vez muy diferente sucede con Music and lyrics. Aquí también la elección del protagonista no podía ser mejor: Hugh Grant debe ser, de lejos, el mejor actor del género, desde los tiempos de Four weddings and a funeral. Tiene un charm natural y autolesionista que impulsa a conmiserar a cualquiera de los inseguros que interpreta, además de un timing cómico típicamente británico que ha desarrollado en estos años. Ahora, llegado a los cuarenta y seis años, el rol de una ex estrella pop de los '80s le calza como un guante; y si no lo creen, revisen el video "de época" en el que canta el tema más pegajoso que se haya oído en una película últimamente.

Qué nos enseña esto? En realidad puede interpretarse de dos formas opuestas. Por un lado, podría llevarnos a pensar que dando importancia sólo a la perfección en la elección del protagonista de una película y a algún aspecto técnico puntual (la música o el diseño de producción, en los casos citados) se puede conseguir una película medianamente apreciable por el público; algo que suele repetirse demasiadas veces en Hollywood. Pero yo apuntaría más bien en otra dirección: nos demuestra como se desperdicia un gran talento en producciones que no lo merecen y en guiones sin mayores emociones.
La vida de María Antonieta es tan interesante y mucho más dramática en sus últimos cuatro años de vida, que en los veinte anteriores; incluir esto y dejarse de ímpetus post modernos en la banda sonora habría redundado en un film memorable: Versailles, el vestuario de Milena Canonero y Kirsten Dunst ya estaban en el lugar correcto. Por otra parte, si Music and lyrics se hubiera concentrado más en la historia y los conflitos internos del ex-popstar, sin el absurdo supblot de su media naranja (o, en todo caso, haciendo que éste resulte mínimamente verosímil o funcional a la trama), útil sólo para seguir las convenciones del género, nos encontraríamos frente a una de las mejores comedias románticas de los últimos años: la música es perfecta, los protagonistas inspiran toda clase de buenos sentimientos, la idea de base funciona.
Lo que queda son dos cintas que podían ser mucho más de lo que terminaron siendo; una pena, porque las bases para la excelencia estaban ahí, a la vista. Pero el diablo está en los detalles, y muchas veces pecamos de santos.
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