Luego de los festejos, llegó la hora de los balances.
28 años. Jeeeez.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que cumplí ocho. Mi mamá estaba a una llamada de distancia de ser internada para dar a luz a mi hermano. Cuatro días después dejaría para siempre de ser hijo único: aunque con un ligero retraso, no podían haberme dado un mejor regalo.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que cumplí dieciocho. Día de semana, mis padres trabajando, mi hermano y yo turnándonos en la cámara de fotos para dejar constancia de nuestra presencia, al lado de la torta de chocolate. El examen de Matemáticas de la mañana había ido perfectamente; en esos tiempos mis preocupaciones se reducían a las centésimas de punto que tenía de ventaja sobre el segundo del salón.
Tanto tiempo que ha volado lejos, tantas sensaciones que terminan amalgamándose en un continuo y hambriento vórtice. Case, libri, auto, viaggi, fogli di giornale... y las clases de fútbol, de piano, de tenis, de inglés, paseos en bicicleta y caminatas interminables, tardes en el cine y madrugadas en discoteca, maletas en el aeropuerto y cajas en una sala vacía, despedidas y bienvenidas, les presento un nuevo compañero que ha venido de muy lejos, me llamo Claudio, mucho gusto, les tengo una mala noticia, Claudio se va muy lejos, los recordaré siempre, adiós.
Cuantas peleas inútiles, cuantos pasiones escondidas, cuantas ocasiones desaprovechadas, cuanta vida recorrida con exceso de velocidad y sin papeletas esperando en la puerta de casa. Pero también muchos instantes gloriosos, memorables, dignos de recordar en una tarde fría, cuando las nubes recortan el trayecto del sol y el viento sopla melancolía a pleno pulmón.
No he sido el mejor hijo. No he sido el mejor hermano o el mejor amigo. Tampoco el mejor enamorado, el mejor deportista, el mejor músico, el mejor escritor. Tal vez el mejor alumno de algunos profesores; pero no lo sé y ya no importa ahora. He pasado 28 años alcanzando los más altos estándares de imperfección en las cosas que más cuentan, y sacando las mejores notas en las trivialidades que alimentan el hielo dentro de uno.
El sol se esconde bajo el horizonte y las luces de la ciudad se van enciendendo frente a mis ojos. Cambian los colores, la jornada llega a su último paradero, pero la vida continúa, sin poder mirar detrás de sí. Mañana es otro día, mañana es otra historia. Y hoy será sólo un recuerdo más, un trazo de acuarela que se despintará con el tiempo, un papel que se teñirá de amarillo, un cabello blanco en la sien, una huella en la arena. Pero estoy feliz, y eso es lo único que me importa.
28 años. Jeeeez.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que cumplí ocho. Mi mamá estaba a una llamada de distancia de ser internada para dar a luz a mi hermano. Cuatro días después dejaría para siempre de ser hijo único: aunque con un ligero retraso, no podían haberme dado un mejor regalo.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que cumplí dieciocho. Día de semana, mis padres trabajando, mi hermano y yo turnándonos en la cámara de fotos para dejar constancia de nuestra presencia, al lado de la torta de chocolate. El examen de Matemáticas de la mañana había ido perfectamente; en esos tiempos mis preocupaciones se reducían a las centésimas de punto que tenía de ventaja sobre el segundo del salón.
Tanto tiempo que ha volado lejos, tantas sensaciones que terminan amalgamándose en un continuo y hambriento vórtice. Case, libri, auto, viaggi, fogli di giornale... y las clases de fútbol, de piano, de tenis, de inglés, paseos en bicicleta y caminatas interminables, tardes en el cine y madrugadas en discoteca, maletas en el aeropuerto y cajas en una sala vacía, despedidas y bienvenidas, les presento un nuevo compañero que ha venido de muy lejos, me llamo Claudio, mucho gusto, les tengo una mala noticia, Claudio se va muy lejos, los recordaré siempre, adiós.
Cuantas peleas inútiles, cuantos pasiones escondidas, cuantas ocasiones desaprovechadas, cuanta vida recorrida con exceso de velocidad y sin papeletas esperando en la puerta de casa. Pero también muchos instantes gloriosos, memorables, dignos de recordar en una tarde fría, cuando las nubes recortan el trayecto del sol y el viento sopla melancolía a pleno pulmón.
No he sido el mejor hijo. No he sido el mejor hermano o el mejor amigo. Tampoco el mejor enamorado, el mejor deportista, el mejor músico, el mejor escritor. Tal vez el mejor alumno de algunos profesores; pero no lo sé y ya no importa ahora. He pasado 28 años alcanzando los más altos estándares de imperfección en las cosas que más cuentan, y sacando las mejores notas en las trivialidades que alimentan el hielo dentro de uno.
El sol se esconde bajo el horizonte y las luces de la ciudad se van enciendendo frente a mis ojos. Cambian los colores, la jornada llega a su último paradero, pero la vida continúa, sin poder mirar detrás de sí. Mañana es otro día, mañana es otra historia. Y hoy será sólo un recuerdo más, un trazo de acuarela que se despintará con el tiempo, un papel que se teñirá de amarillo, un cabello blanco en la sien, una huella en la arena. Pero estoy feliz, y eso es lo único que me importa.
1 comentario:
Ya te lo dije el dia 20, pero te lo repito: Felicidades guapetón! :)
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