Hace unos días trataba de argumentar (en este post) como, a veces, un poco de fantasía aplicada a la realidad resulta cinematográficamente más atractiva que la opción opuesta, es decir dar un tratamiento hiper realístico a un trabajo de ficción.
Casualmente, los ejemplos presentados para este último caso no se referían específicamente a novelas, sino a producciones sui generis como la Iliada y el ciclo bretón, que por demás presentan aspectos legendarios y míticos en buena parte del desarrollo de sus tramas. Por lo tanto me parece necesario ampliar el análisis a fin de poder dar unas pautas generales de buen gusto adaptativo.
Para empezar, tengo que resaltar una película que demuestra que se puede mantener un buen equilibrio entre preservar el meollo de la tradición con una apariencia menos deudora de los cuentos de hadas; me refiero a Tristan + Isolde, revisitación de la conocida historia de amor entre el paladín de Cornualles y la princesa irlandesa. Aún siendo una producción menor y recorrer decididamente el lado real life de la Historia (incluyendo la situación turbulenta creada en las islas luego de la desaparición del Imperio Romano), el esqueleto de los sucesos se mantiene hasta el final: no hay extrañas mutaciones en la forma en que los dos enamorados se conocen, ni se elimina el triángulo amoroso sobre el cual se basa gran parte de la dramaticidad de los eventos (lo opuesto a lo realizado en King Arthur).
Adicionalmente, son bienvenidos un par de twists menores y sobretodo la revalorización del personaje del rey Marke, que trasciende el tradicional papel de villano para convertirse en un hombre de bien, digno de nuestra simpatía, humanamente sorprendido por la tresca entre su mujer y su sobrino, y sobre todo dispuesto a la comprensión y el perdón luego del atroz descubrimiento. Probablemente lo único que se extraña es el final original de la historia, con Tristan yaciendo mortalmente herido por una espada envenenada, mientras espera a su princesa y a las pociones salvíficas que deben llegar desde Irlanda, pero termina siendo engañado por una amante celosa que le miente acerca del color de las velas de la nave que se acerca al puerto (Isolde había advertido a Tristan que ella llegaría con velamen blanco). Al oír que las velas son negras, expira; cuando Isolde descubre la muerte del amado, se suicida. Los que encuentren algo conocido en este final, no se equivocan: Shakespeare pescó a manos llenas de esta fuente para dar forma a Romeo y Julieta.
Lo que nos enseña esta experiencia positiva es que hay algunos aspectos que funcionan y otros que no a la hora de pasar de la página al celuloide. El primer factor es crucial y, desde mi punto de vista, indiscutible: se tiene que proteger el espíritu de lo que se está adaptando. Transformar una aventura como La vuelta al mundo en ochenta días en una slapstick comedy con Jackie Chan está mal, punto y a parte. Otro punto ineludible es mantener a los personajes principales anclados en sus características principales: retomando el ejemplo anterior, transformar a Phileas Fogg de un millonario serio y flemático a un inventor loco y estrambótico no es buena idea. Un tercer aspecto es preservar los momentos climáticos y característicos de la obra, que deben servir como cruces en el mapa para dirigir la trama a buen puerto. Y es sumamente aconsejable retener intactos los diálogos o frases más representativos y conocidos, que muchas veces forman parte del imaginario colectivo.
Cuando pienso en adaptaciones bien logradas, aún con distintos grados de respeto hacia el texto original, se me ocurren unas cuantas. The last of the mohicans, por ejemplo, modifica el orden de los eventos, cambia las edades de los protagonistas, intercambia parejas (en el libro son Heyward con Alice y Uncas con Cora), agrega dramatismo y muertes inesperadas... pero mantiene el ritmo frenético y el sentido de aventura que caracterizan a la novela, gracias a todas las set pieces que se mantienen casi inalteradas (el encuentro de los protagonistas, el ataque al fuerte, la masacre a la salida, el duelo a escopetazos).
The english patient da un paso más allá escarbando entre las páginas de un libro labiríntico y casi imposible de leer, hasta poder extraer diamantes del fango; y con tal éxito que lo que se ve en la pantalla resulta más literario de lo que figura en el texto. El orden de los eventos es manipulado, la estructura modificada, se agregan personajes, etc etc. Pero al final queda una trama clara y conmovedora, que había permanecido escondida en algún meandro de la pluma de Ondaatje.
The lord of the rings constituye, desde mi punto de vista, un alcance casi insuperable en el campo de la adaptación. La trilogía es una auténtica maraña en términos de estructura, trama, mezclas de prosa y verso, referencias a una mitología previa y exclusivamente tolkieniana, personajes que aparecen en un capítulo y desaparecen en el siguiente, etc. Por suerte Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens tomaron las mejores decisiones a la hora de meter mano a las tijeras, eliminando completamente lo accesorio y dejando la narrativa principal intacta, aunque sin dejar ni un ápice de pulpa en la mesa. Por ejemplo, un tercio de la primera novela es una secuencia tediosa de eventos intrascendentes que involucran a los hobbits camino a su encuentro con Aragorn; en la cinta correspondiente todo el trayecto se reduce a no más de 10 minutos. Máxima eficiencia.
Claro que la ventaja enorme que tuvieron los kiwis fue la de poder realizar tres películas en fila, una por libro (en correspondencia casi perfecta, porque hay algunos traslapes importantes y extremadamente funcionales). Alatriste por otra parte condensa en poco más de dos horas toda la serie de Pérez Reverte (ya van 6 novelas), obteniendo una narración episódica y poco cohesionada, que termina por distraer del enorme trabajo de producción, realmente impecable, y de unos personajes memorables tanto en el papel como en la pantalla grande. Quizás reunir las novelas por pares hubiera sido más racional y efectivo.
En resumen, sin embargo, hay que considerar que el movie making actual suele ponerse muchos más problemas a la hora de producir una película que el simple respeto a sus fuentes. Los límites de presupuesto, la presencia de estrellas con una agenda propia, las necesidades del marketing hacen que hasta las mejores ideas terminen siendo objeto de una carnicería despiadada y de transformaciones a veces aberrantes. Por eso mismo encontrar una buena adaptación es cada vez más complicado, y las frustraciones para los que amamos tanto la lectura como el cine se dan cada vez más numerosas.
Pero hay esperanza: se vienen The time traveler's wife, El amor en los tiempos del cólera, Watchmen. Roguemos al cielo que las musas iluminen a los guionistas y el apocalipsis nos coja confesados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario