Supuestamente, hoy es el día del amor y/o de la amistad.
Yo estoy enamorado a la locura de mi novia. Tengo amigos fantásticos a los que quiero muchísimo.
Y sin embargo, para mí, hoy es un día como cualquier otro.
La verdad es que a lo largo de los años mi relación con esta celebración ha pasado por todas las etapas imaginables. Al principio, la veía con el ingenuo cinismo de quien aún no ha sentido mariposas en el estómago, por lo que me parecía la fecha más estúpida del año. Cuando, más adelante, los flechazos comenzaron a caer como copos de nieve en un invierno siberiano, me fui al extremo opuesto, idealizando todo el concepto del Valentine como la mejor oportunidad de confesar amores hasta ese momento incógnitos. Al llegar a la etapa de las relaciones un poco más serias (pero no tanto), la cosa se moderó un poco, convirtiéndose en la clásica ocasión para regalar flores y chocolates, salir a comer algo delicioso, acompañado por un buen vino, y concluir la velada haciendo cosas sumamente inapropiadas en los lugares más impensados.
Debe ser que los 30 se acercan galopando, o que al fin he alcanzado un delicado equilibrio emocional, o que simplemente a un cierto punto he empezado a pensar con la cabeza y no con el corazón o, peor aún, con cosas un poco más al sur. El punto es que el 14 de Febrero se ha sumado a mi lista de enemigos públicos, categoría "fiestas que sólo existen para enriquecer a los comerciantes". Se encuentra en buena compañía, por cierto: los otros miembros de este elitario club son el día del padre, el día de la madre, el día de los muertos.
Desde mi punto de vista, quizás un poco sesgado por cierto tipo de formación académica, una cosa tiene razón de ser cuando no duplica algo existente y exactamente igual (salvo que, por su propia naturaleza, se requiera más de un ítem idéntico; por ejemplo, las cuatro llantas de un auto, o los dos pulmones). Esto porque uno debe emplear sus recursos de manera eficaz, y en tal sentido comprar figuritas repetidas es absurdo, porque limita la posibilidad de adquirir algo diferente.
No me opongo a la Navidad, porque si bien reitera la entrega de regalos con los cumpleaños de cada persona, tiene una función única de agregación familiar. Tampoco estoy en contra de las fechas conmemorativas de ciertas categorías sociales y profesionales (el día de la secretaria, del maestro, del policía) porque su diversidad radica en que permite a todos los demás expresar gratitud por el trabajo que desempeñan, lo cual sería muy complicado de realizar individualmente.
Pero cuando llegamos a cosas muy particulares, como celebrar a todas las madres en una sola fecha... digo yo, a riesgo de ser impopular: alguien realmente festeja, así con todas sus letras, a alguna madre o algún padre que no conozca? Y los progenitores que sí son del entorno familiar o amical, no son ya reconocidos en sus respectivos cumpleaños? Me dirán: qué insensible, qué desgraciado, qué mal hijo. Evitando toda falsa modestia, no creo que mis padres se hayan lamentado jamás de que no los quiera. El mío es un apunte puramente técnico y lo más objetivo posible.
Pero vayamos al fondo del asunto: quién gana con que se compre algo para una madre o un padre por su cumpleaños y también por el día de la madre o del padre (y no olvidemos Navidad, pero como he dicho ésta tiene otro propósito adicional)? O para esto, quién gana, finalmente, con que se gaste un dineral en hacer feliz a la respectiva media naranja por el aniversario/mesiversario/semanaversario de la relación y también por San Valentín?
Los comerciantes.
Piénsenlo bien, con un poco de frialdad. Fíjense en las noticias, el día antes de cada 14 de Febrero, y sin duda alguna se encontrarán con algún dossier sobre el incremento desaforado de las ventas de flores, chocolates, etc. Y hoy, busquen un cuarto en un hotel, o una mesa en un restaurante, o un mazo de rosas que no presenten un costo hiperinflacionado. No way. A mayor demanda, el precio sube, eso lo sabe cualquiera, especialmente esos mercaderes del templo que tienen todo el interés en reforzar el consumismo irracional en estas fechas.
Ni me pregunten sobre por qué a alguien se le ocurrió decir que el 14 de Febrero es también el día de la Amistad... no sé si fue un pobre diablo que no conseguía enamorar a nadie, y no quería sentirse excluido de la fiesta, o si los vendedores se lo pensaron mejor y decidieron ampliar de manera desmedida su mercado cautivo, incluyendo a tutti quanti. Claro, deben haber pensado, hay algunos que no tienen un sweetheart al cual regalar algo, pero lo que es seguro es que todos tienen por lo menos un amigo.
Adicionalmente, tengo la impresión de que la gran mayoría de parejas eligen este día para realizar su respectiva penitencia al no haber brindado el mismo tipo de atenciones a su dulce mitad durante el resto del año. Para hacerse perdonar, y al mismo tiempo no perder sus credenciales de ardiente romanticismo, se genera todo un castillo de fuegos artificiales y parafernalias anexas, de gran impacto sentimental inmediato, pero muy poca profundidad y menos aún significado.
No niego que puedan existir felices excepciones y haya parejas que sientan esta festividad como una ocasión para renovar sus lazos de amor; pero de ahí a asumirla casi como una fiesta de guardar, hay mucha diferencia. Véanlo de otra forma: con el dinero que gastarían hoy, en cualquier otra fecha (por ejemplo, mañana...) podrían regalar exactamente lo mismo, y con la diferencia ganada comprar algún detalle adicional y hacer más feliz aún a quien más quieren.
Fight the power, decían los Public Enemy a principios de los '90s, exasperados por la atmósfera opresiva heredada e Reagan y Bush Sr.
Yo, igualmente harto del consumismo más injustificado, la hipocresía sentimental y el romanticismo de fachada, tengo una nueva consigna: Fight the Valentine.
Yo estoy enamorado a la locura de mi novia. Tengo amigos fantásticos a los que quiero muchísimo.
Y sin embargo, para mí, hoy es un día como cualquier otro.
La verdad es que a lo largo de los años mi relación con esta celebración ha pasado por todas las etapas imaginables. Al principio, la veía con el ingenuo cinismo de quien aún no ha sentido mariposas en el estómago, por lo que me parecía la fecha más estúpida del año. Cuando, más adelante, los flechazos comenzaron a caer como copos de nieve en un invierno siberiano, me fui al extremo opuesto, idealizando todo el concepto del Valentine como la mejor oportunidad de confesar amores hasta ese momento incógnitos. Al llegar a la etapa de las relaciones un poco más serias (pero no tanto), la cosa se moderó un poco, convirtiéndose en la clásica ocasión para regalar flores y chocolates, salir a comer algo delicioso, acompañado por un buen vino, y concluir la velada haciendo cosas sumamente inapropiadas en los lugares más impensados.
Debe ser que los 30 se acercan galopando, o que al fin he alcanzado un delicado equilibrio emocional, o que simplemente a un cierto punto he empezado a pensar con la cabeza y no con el corazón o, peor aún, con cosas un poco más al sur. El punto es que el 14 de Febrero se ha sumado a mi lista de enemigos públicos, categoría "fiestas que sólo existen para enriquecer a los comerciantes". Se encuentra en buena compañía, por cierto: los otros miembros de este elitario club son el día del padre, el día de la madre, el día de los muertos.
Desde mi punto de vista, quizás un poco sesgado por cierto tipo de formación académica, una cosa tiene razón de ser cuando no duplica algo existente y exactamente igual (salvo que, por su propia naturaleza, se requiera más de un ítem idéntico; por ejemplo, las cuatro llantas de un auto, o los dos pulmones). Esto porque uno debe emplear sus recursos de manera eficaz, y en tal sentido comprar figuritas repetidas es absurdo, porque limita la posibilidad de adquirir algo diferente.
No me opongo a la Navidad, porque si bien reitera la entrega de regalos con los cumpleaños de cada persona, tiene una función única de agregación familiar. Tampoco estoy en contra de las fechas conmemorativas de ciertas categorías sociales y profesionales (el día de la secretaria, del maestro, del policía) porque su diversidad radica en que permite a todos los demás expresar gratitud por el trabajo que desempeñan, lo cual sería muy complicado de realizar individualmente.
Pero cuando llegamos a cosas muy particulares, como celebrar a todas las madres en una sola fecha... digo yo, a riesgo de ser impopular: alguien realmente festeja, así con todas sus letras, a alguna madre o algún padre que no conozca? Y los progenitores que sí son del entorno familiar o amical, no son ya reconocidos en sus respectivos cumpleaños? Me dirán: qué insensible, qué desgraciado, qué mal hijo. Evitando toda falsa modestia, no creo que mis padres se hayan lamentado jamás de que no los quiera. El mío es un apunte puramente técnico y lo más objetivo posible.
Pero vayamos al fondo del asunto: quién gana con que se compre algo para una madre o un padre por su cumpleaños y también por el día de la madre o del padre (y no olvidemos Navidad, pero como he dicho ésta tiene otro propósito adicional)? O para esto, quién gana, finalmente, con que se gaste un dineral en hacer feliz a la respectiva media naranja por el aniversario/mesiversario/semanaversario de la relación y también por San Valentín?
Los comerciantes.
Piénsenlo bien, con un poco de frialdad. Fíjense en las noticias, el día antes de cada 14 de Febrero, y sin duda alguna se encontrarán con algún dossier sobre el incremento desaforado de las ventas de flores, chocolates, etc. Y hoy, busquen un cuarto en un hotel, o una mesa en un restaurante, o un mazo de rosas que no presenten un costo hiperinflacionado. No way. A mayor demanda, el precio sube, eso lo sabe cualquiera, especialmente esos mercaderes del templo que tienen todo el interés en reforzar el consumismo irracional en estas fechas.
Ni me pregunten sobre por qué a alguien se le ocurrió decir que el 14 de Febrero es también el día de la Amistad... no sé si fue un pobre diablo que no conseguía enamorar a nadie, y no quería sentirse excluido de la fiesta, o si los vendedores se lo pensaron mejor y decidieron ampliar de manera desmedida su mercado cautivo, incluyendo a tutti quanti. Claro, deben haber pensado, hay algunos que no tienen un sweetheart al cual regalar algo, pero lo que es seguro es que todos tienen por lo menos un amigo.
Adicionalmente, tengo la impresión de que la gran mayoría de parejas eligen este día para realizar su respectiva penitencia al no haber brindado el mismo tipo de atenciones a su dulce mitad durante el resto del año. Para hacerse perdonar, y al mismo tiempo no perder sus credenciales de ardiente romanticismo, se genera todo un castillo de fuegos artificiales y parafernalias anexas, de gran impacto sentimental inmediato, pero muy poca profundidad y menos aún significado.
No niego que puedan existir felices excepciones y haya parejas que sientan esta festividad como una ocasión para renovar sus lazos de amor; pero de ahí a asumirla casi como una fiesta de guardar, hay mucha diferencia. Véanlo de otra forma: con el dinero que gastarían hoy, en cualquier otra fecha (por ejemplo, mañana...) podrían regalar exactamente lo mismo, y con la diferencia ganada comprar algún detalle adicional y hacer más feliz aún a quien más quieren.
Fight the power, decían los Public Enemy a principios de los '90s, exasperados por la atmósfera opresiva heredada e Reagan y Bush Sr.
Yo, igualmente harto del consumismo más injustificado, la hipocresía sentimental y el romanticismo de fachada, tengo una nueva consigna: Fight the Valentine.
3 comentarios:
Pero tu pasado te delata. Sigues siendo el primero (y único) que me ha regalado un ramo de flores en esa fecha... ;)
Creo que en el post he descrito detalladamente las fases de mi relación con el 14/2.
Recordemos además que si bien el pasado nos condena, es el presente el que nos identifica.
Nunca te arrepientas de lo que has hecho, solo de lo que has dejado de hacer
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