
En un principio era el cast. Al toparme con un personaje lo primero que se me ocurría era el rostro del actor que debería interpretarlo, siempre y cuando no hubiera visto antes la adaptación cinematográfica; lo cual me ha llevado muchas veces a odiar películas basadas en novelas que amo, y en las cuales el casting resulta ser un desastre (Jackie Chan como Passepartout en La vuelta al mundo en 80 días??? Say what?). En otras ocasiones, sigo pensando que mi idea original era mejor a la plasmada en la pantalla (imagínense a Harrison Ford en lugar de Sam Neill en Jurassic Park, o a Christian Bale por Matthew MacFadyen en Pride & Prejudice).
Y finalmente, hay casos en los que, retroactivamente, ubico a algún actor que me resulta perfecto para el personaje: recuerdo que luego de haber visto Legends of the fall pensé: "ese pelucón de Brad Pitt estaría perfecto como Aquiles, en la Iliada". Al parecer no fui el único, porque los productores de Troy llegaron a las mismas conclusiones. Las cosas no siempre salen tan bien: yendo al otro extremo, mi Eowyn ideal en The lord of the rings siempre fue Uma Thurman, que entre otras cosas cuadraba perfectamente porque Ethan Hawke fue mi primera idea para Faramir (díganme si los dos no hubieran sido perfectos para esos roles...), y ellos estaban casados, y sus contrapartes litararias terminaban juntos... Peter Jackson siguió mis pasos, aunque al final el trato no se cerró porque ella iba a tener un niño justo cuando se produciría la película.



En fin, a veces estoy leyendo una edición de bolsillo en el autobús, en medio de un ambiente definido por bocinas desplegadas, insultos vernaculares, smog a todo dar, y me encuentro transportado de golpe a una superproducción de budget ilimitado, grandes paisajes, arcos a todo volumen, protagonistas soñados. Es algo alienante, lo sé, pero sumamente satisfactorio: casi siempre los kolossals que nacen así, entre líneas, terminan por gustarme más que el promedio de lo que veo en las salas, y ciertamente más de lo que me rodea, camino a la oficina.
Imagínense mi drama ahora que yo formo parte del problema. Porque lo mismo me ha pasado leyendo mi novela una y otra vez, en los últimos tiempos; cada párrafo tiene una imagen, un sonido, un lugar, un rostro conocido. En mi afán de transmitir exactamente las mismas sensaciones, estaba pensando en realizar ilustraciones a todo color, y quizás adjuntar un CD con la música de cada capítulo, para compartir mi visión inadulterada con los lectores.
Lo más terrible de esta extraña síndrome sucede cuando llego al final del libro, y no veo salir los créditos en la pantalla; sólo una página blanca, antes del índice. Entonces comprendo que estoy loco o, probablemente, me he equivocado de profesión.
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