Cuando uno pasa casi una década de su vida leyendo decenas de libros que prometen resolver los misterios más inaccesibles de la historia, termina inevitablemente por convertirse en un desconfiado de primera categoría. Muchos publicitan revelaciones epocales y entregan unos cuantos cientos de páginas mal sustentadas y peor concebidas; en esos casos el cerebro se lamenta, pero más aún el bolsillo. Todo redunda en un sumo dolor de cabeza, en anatemas de todo tipo a los autores y pseudo investigadores, y sobre todo en la promesa, inevitablemente imposible de cumplir, de no volver a caer en la trampa.
En este tiempo he ido creando una serie de firewalls que me permiten reducir el tiempo perdido en cosas similares; por ejemplo, apenas aparece un esbozo de teoría que involucra influencias extraterrestres cierro el libro y paso a otra cosa. Pero hay un sub género que me sigue apasionando, probablemente por el tipo de formación que he tenido, y aún a pesar de muchas decepciones: los códigos escondidos en obras del arte o la literatura. Ojo, no no estoy hablando del Código de la Biblia o similares, que me parecen tan dignos de credibilidad como las profecías de Nostradamus o los horóscopos: es muy fácil interpretar textos a posteriori, luego de que los hechos supuestamente previstos han acaecido. Yo también puedo decir que había previsto la victoria del Milan sobre el Manchester en las semifinales de Champions interpretando una receta de cocina; basta inventarse las reglas del juego.
No, me refiero a algo más parecido a todo el asunto del Código da Vinci et similia. Si algo me atrajo a esa novela, más allá que al leerla me haya dado cuenta que simplifica e idiotiza teorías sensatas como las de Baigent, Lincoln y Leigh, es justamente la componente misteriosa asociada a obras icónicas de la pintura. Igualmente, Graham Hancock en The sign and the seal llega a una posible respuesta sobre el actual escondite del Arca de la Alianza, a través de análisis similares entre esculturas góticas y literatura medieval.
Ahora, cuando alguien me dice que la Divina Comedia de Dante contiene las pistas para encontrar el Grial en Islandia... bueno, tiene todo mi interés. Un enorme interés.
Giancarlo Gianazza es el investigador que ha salido al ruedo con esa afirmación. Voy a resumir todo el asunto de manera criminal, considerando que, mientras no tenga en mis manos el libro (que tengo que leer lo antes posible), es imposible tener un grado de detalle satisfactorio. Pero sólo la idea expuesta ya es mil veces más intrigante que cualquier cosa parecida que haya aparecido desde las polémicas sobre la descendencia de Jesús; al menos para mí, claro, por motivos muy precisos: en mis años de Liceo en Italia pasé tres años estudiando la obra de Dante; soy fan desmedido del ciclo arturiano y de los misterios relacionados con el Grial; e Islandia ha ejercido sobre mí una atracción enfermiza desde 1989, luego de leer Viaje al centro de la Tierra... quod feci, Arne Saknussem debe ser una de las frases que más impactaron mi infancia.
Pero hagamos un breve repaso. Piteas, un navegante griego del siglo IV a.C., realizó un increíble viaje en por las costas atlánticas de Europa logrando, entre otras cosas, circumnavegar las islas británicas. A cierta distancia de estas, llegó a Thule, una extraña isla en la cual se sucedían seis meses de noche con seis meses de día y donde convivían el hielo y el fuego. Obviamente cuando regresó a Marsella, su ciudad natal, nadie le dio el menor crédito; pero ahora es más que evidente que se refería a alguna tierra cercana al círculo polar ártico y que presentaba contemporáneamente actividad volcánica y glaciares. Muchos estudiosos modernos han llegado a la conclusión de que Thule es Islandia, considerando que cubre todos los requisitos (distancia desde el archipiélago británico, cercanía al círculo polar, glaciares, volcanes); pero en la antigüedad tomaron esa parte del relato del buen Piteas como una licencia poética. De esa forma, el término Ultima Thule pasó a denominar un lugar tan imaginario como la Atlántida o las islas de los Bienaventurados.
Las cosas comienzan a ponerse calientes cuando se descubre que el más importante autor de la antigua Roma hizo referencia explícita a Thule: Virgilio, en las Geórgicas, desea a su protector y patrocinador, el emperador Augusto, que logre llevar las águilas romanas hasta Última Thule, es decir, hasta los confines del mundo. Como se sabe, Virgilio es el guía de Dante a través del Infierno y el Purgatorio... hasta ahora recuerdo haber pasado un mes estudiando los porqués de esa elección por parte del literato florentino.
Otro item cuyo estudio me ocupó similar tiempo fue, esta vez en Historia del Arte, el análisis de la Primavera de Botticelli: las teorías sobre qué diablos está sucediendo en esa representación llena de imagenes alegóricas son de lo más disparatadas, rebuscadas, indescifrables. Ahora bien, resulta que muchos se han saltado un detalle interesante: Botticelli era un admirador rendido de Dante y se encargó de realizar ilustraciones para una edición de la Divina Comedia. Y lo que han notado los estudiosos es que algunos bocetos de las ilustraciones corresponden exactamente a las imágenes de la Primavera. En especial, las tres chicas de la izquierda, casi unánimente interpretadas como las tres Gracias, en realidad serían las tres Virtudes que Dante encuentra, danzantes, en el Jardín del Edén, a los pies del Paraíso.
Pero hay más: la figura central de la Primavera presenta la misma posición que un retrato de Beatriz, la musa de Dante, quien asume la tarea de Virgilio y guía al escritor por el reino celestial... justo a partir del Jardín del Edén. Agreguemos que el Mercurio de la izquierda calca una imagen del mismo Dante en las ilustraciones hechas por Botticelli, que el Cupido sobre la cabeza de Beatriz/Primavera apunta al corazón de su enamorado (Dante/Mercurio), que las figuras de la derecha (Céfiro y Clori) son un fácsimil de Eva y Lucifer (obvios referentes del Edén), y que la última figura por descifrar (Flora) sólo puede corresponder a la otra protagonista de ese paso por el jardín, Matelda, quien se acerca a Dante recogiendo flores... y lo que obtenemos es que la Primavera no es nada más que el Jardín del Edén visualizado en el Purgatorio.
Ya sé, a este punto lo lógico es decir que está bien todo, pero el Mercurio es sin duda alguna eso mismo, Mercurio, porque tiene el caduceo y las sandalias aladas, mientras que Dante es reconocible por una nariz aguileña muy evidente, que en cambio este joven no presenta en lo más mínimo. Y es en este punto donde Gianazza hace el leap of faith imprescindible en estos casos. Porque debajo de la primera explicación, individua dos niveles más de lectura, uno de los cuales mantiene la iconografía mitológica de la pintura.
En base a fuentes de la época, principalmente Marsilio Ficino, las tres Gracias se identificaban con el Sol y los planetas Venus y Júpiter, portadores los tres de gracia y virtud para el ser humano; identificación subrayada en el cuadro por la presencia de elementos simbólicos alrededor de las jóvenes (flores particulares, medallones, la similitud de la primera de ellas con la protagonista del Nacimiento de Venus, etc). Por otra parte, el personaje de la izquierda tiene en sus manos dos símbolos planetarios, el caduceo de Mercurio y la espada de Marte, mientras que el Cupido podría corresponder perfectamente al Sagitario, especialmente si se toma en cuenta la pose que presenta. Y finalmente, la figura central (Beatriz/Primavera) tiene un dije que representa de forma inequivocable a la Luna creciente.
Según Gianazza, asumiendo la posición de las figuras como la posición de los astros en el cielo, se encuentran una serie de conjunciones más únicas que raras, que sólo se dio una vez antes de la fecha de conclusión de la Primavera: el 14 de marzo de 1319, en el amanecer sucesivo al equinoccio de primavera de ese año. O, lo que es lo mismo, el verdadero inicio de esa estación en el hemisferio norte.
Surprise surprise, esa misma fecha es identificable en el cuadro también de otra forma: analizando las manos de las figuras del cuadro de Botticelli. Sí, porque en aquellos tiempos no sólo se utilizaban los dedos, sino incluso las falanges, falanginas y falangetas, en diversas combinaciones. Es así que el índice de Mercurio indica 1 y su mano izquierda 4, dando el número 14; las manos cruzadas de las dos primeras Gracias simboliza el número 1000, la primera y la tercera dan 310, la segunda y la tercera el 9; o sea, 1319. Agregando los 3 dedos de Primavera, tenemos el 14/3/1319. Voilá.
Pero todo esto sería superfluo si no fuera porque en la misma Divina Comedia aparece esa fecha, aunque no explícitamente. Pero la descripción astronómica que da Dante del día en que deja el Edén para subir a los cielos, restringida también al saber que escribió el Paraíso entre el 1318 y el 1320, sólo deja una posibilidad. Creo que no es necesario que lo indique, no? Aunque nunca está de más repetirlo: 14 de marzo del 1319.
Por qué esta fecha es tan importante para que aparezca codificada en el texto más importante de la literatura italiana y, por doble partida, en una de las obras maestras del Renacimiento?
Qué tiene que ver esta fecha con Islandia? Y con el Grial?
Las respuestas, en el siguiente post.
No hay comentarios:
Publicar un comentario