Siguen los remezones. Ayer, a más de 90 horas de distancia del terremoto, hemos tenido una réplica de más de un minuto de duración, con una intensidad de 5.7 grados en la escala de Richter. Como decía
en el primer post dedicado a este tema, unas sacudidas de estas proporciones serían suficientes por sí mismas para sembrar el pánico entre la población, pero viniendo luego de la catástrofe del miércoles adquieren una resonancia siniestra.
Por otra parte, me he dado cuenta que no soy el único loco en este país. Escuchando a Jaime Bayly ayer por la noche no he podido evitar una sensación de
déja vu total frente a sus comentarios acerca de la inacción del Estado en esta emergencia. Y por una razón muy simple: eran las mismas cosas que yo venía diciendo desde el primer día. Obviamente, mientras pensaba ser el único al que se le ocurrían estas cosas mantenía el beneficio de la duda a cargo del presidente y sus funcionarios; pero se llega a un punto en el cual todo sale a flote.
El primer problema consiste en lo expuesto por Alan García en su primera aparición ante cámaras luego del desastre, esa misma noche: dijo
explícitamente que agradecía al Todopoderoso por haber permitido que el terremoto no fuera una gran catástrofe ni que hubieran más que algunas decenas de víctimas; además precisó que habían sido dos movimientos distintos, con intensidades de 7.9 y 7.5, y que no había riesgo de tsunami en las zonas costeras.
Apenas lo oí afirmar esas cosas con la férrea convicción que lo caracteriza, pensé
Alan acaba de meter la pata. En primer lugar, no recordaba un solo evento de estas características en el que a tan poco tiempo se pudiera estar 100% seguros del número de víctimas; en segundo, las comunicaciones telefónicas en todo el país y las carreteras hacia la zona afectada estaban interrumpidas: cómo se podía tener certeza sobre el grado de
catastrofismo del evento? En tercer lugar, los sismólogos de todo el mundo (incluídos los nuestros!) ya habían declarado que era un solo sismo de intensidad 7.9 (luego corregida, con el pasar de las horas, a 8 grados); los únicos que afirmaban la bipartición eran periodistas que entrevistaban a gente de la calle. Finalmente, era una ligereza intentar tranquilizar a las familias acerca de un maremoto, cuando ya se estaba notando todo tipo de anomalías de menor intensidad en el oleaje: no es necesario tener olas de 6 metros de alto para causar daños y pánico, basta con que el mar recupere cien metros de costa para inundar grandes extensiones habitadas. Como efectivamente sucedió.
Dicho y hecho, conforme se reestablecían las comunicaciones con el sur las cifras y la realidad cambiaban drásticamente. El alba del viernes recibía a los primeros autos provenientes de Lima y revelaba la tragedia en toda su enorme extensión: ciudades arrasadas, cientos de muertos, casas inundadas, etc etc. Sólo en ese momento el gobierno se percataba de la magnitud del fenómeno y se mudaba en bloque a la zona; las acciones de rescate se iniciaron algunas horas después. Esta
noche perdida es la perfecta representación de un Estado impotente e incapaz de acudir al rescate de su población en un momento de crisis. Pero cosas peores se vieron en los días sucesivos, con turbas delincuenciales sueltas en las ciudades, saqueando las casas de noche y asaltando los
convoys en la mañana.
Y el Estado? En otra cosa, aunque no se sabe bien pensando en qué. Por ejemplo, el ejército ahora no tiene mayores tareas que la de luchar contra un grupo reducido de narcoterroristas en la selva central del país. Grandes contingentes se encuentran cerca de fronteras firmadas y contrafirmadas por tratados de todo tipo; otros se aburren en sus cuarteles entre un ejercicio y otro. Costaba mucho, aunque sea como manera de desperezarlos, movilizar a
tutti quanti y mandarlos a la zona? Me imagino que con enviar un par de divisiones a cada una de las 4 o 5 provincias más afectadas se aseguraba el orden interno y unas labores de rescate inmediatas. Más aún considerando que estamos hablando de lugares perfectamente accesibles, muy cercanos a la capital, con un aeropuerto en Pisco de tal capacidad que en casos de emergencia reemplaza al de Lima.
Por otra parte, el caos generado a la hora de entregar la ayuda humanitaria, donada de manera nunca antes vista no sólo por países vecinos, sino por la misma población, se habría resuelto trabajando a la manera aliada en la Alemania ocupada del '45: bastaba asignar pequeños sectores claramente delimitados a cada ministerio o institución y darles completo control sobre la distribución de alimentos, medicinas y abrigo en esa zona, partiendo de un gran terminal de recepción, por ejemplo el ya citado aeropuerto de Pisco. No me parece algo
terriblemente complicado de organizar: con una estructura bien definida en el territorio, cada nuevo esfuerzo de ayuda o envío de carga sería muy simple de asignar.
Las cosas no han ido así y el resultado está frente a todos: en las ciudades más grandes hay una concentración absurda de recursos humanos y alimenticios, hasta el punto de estorbarse mutuamente, mientras que en zonas más alejadas (por modo de decir, visto que periodistas y particulares han llegado a ellas sin mayor inconveniente) aún no llega ni una botella de agua. No quiero ni pensar cómo será la reconstrucción de los lugares afectados, si se mantiene este grado de ineficiencia frente a emergencias.
Tal vez la solución sea abandonar del todo esos lugares y trasladar los pueblos a otro lugar. Puede parecer absurdo, pero justo hoy he visto una noticia que me ha confirmado que no está tan fuera de lugar. Giulia Viola, periodista italiana de
La Stampa, informa sobre la más grande migración de mamíferos (y demás especies) de todos los tiempos, con enormes poblaciones de antílopes, gacelas, búfalos, leones, leopardos, avestruces, jirafas, hipopótamos, cocodrilos, ocupando con concentraciones de fauna similares a las del parque del
Serengeti toda la zona sur oriental de Sudan, justamente allí donde la guerra civil ha provocado el exterminio más atroz y el abandono de ciudades enteras.
No es el único ejemplo de la revancha de la naturaleza, recuperando territorios empleados por el hombre para sus guerras insignificantes. Elefantes multiplicándose en Chad, chimpancés y gorilas en Gabón, Angola y Mozambique, ibis y buitres en la zona desmilitarizada entre las dos Coreas, tigres y paquidermos en los caminos de Camboya y Laos occidental usados por Ho Chi Minh en la guerra de Vietnam.
A lo mejor habría que pensarse seriamente en algo así. No olvidemos que los animales, a diferencia nuestra, no sufren los terremotos: recordemos lo sucedido en Indonesia hace un tiempo. Tal vez regalarles los terrenos a riesgo y reubicar las ciudades en peligro hacia zonas más seguras no sería una mala idea. Ciertamente es mejor que abandonar, por casi un día entero, a personas agonizantes debajo de las ruinas de una iglesia.
Nota al margen: debería inducir a alguna reflexión el hecho de que más de la mitad de las víctimas del sismo hayan muerto en alguna iglesia. Algunos no entienden por qué Dios está tan molesto con este país; otros dicen que fue para que los difuntos estuvieran más cerca al Altísimo en el momento final de sus vidas. Yo quiero ver las cosas desde un punto de vista más práctico, quitándo incluso la responsabilidad de los hombros de una (supuesta) divinidad: mientras se siga manteniendo en pié centros de culto pluriseculares, estas tragedias seguirán acontenciendo. Ya es hora de vender alguna joya del tesoro del Vaticano y reforzar esas costrucciones avejentadas y carcomidas. Y por favor, sean sensatos, cuando hay un movimiento telúrico no sirve de nada ponerse a rezar. Primero salgan de sus casas, y hagan lo que quieran sólo cuando estén a salvo: porque ha quedado claro que los dioses últimamente no tienen un sismógrafo a la mano.