He perdido dos días y casi un cuarto de mi sueldo gracias a una enorme (y muy mal concedida) confianza en mis capacidades autodidactas para detectar problemas electrónicos en una computadora. Resulta que el sistema de prueba y error no es aplicable en estos casos, salvo que alguien quiera pasar una semana rodeado de desarmadores, cables y recibos emitidos por mucho, mucho dinero gastado en piezas de alta tecnología y superior costo.
Prólogo: mi computadora es un frankenstein de lo más quimérico, basada en una Pentium del 1999 que con el pasar de los años fue cambiando componentes, al punto que del original sólo quedaba el monitor, los parlantes y la (inútil) lectora de diskettes. El 2002 cambié la mainboard y la tarjeta de video, el 2003 el disco duro y la lectora de CDs, el 2004 la tarjeta de red, el teclado y el mouse.
Por lo dicho, cuando hace algunas semanas la imagen en la pantalla comenzó a mostrar fluctuaciones preocupantes, de inmediato asumí que era la señal de rendición del último mohicano de mi PC: el monitor. De inmediato y sin pensarlo mucho pasé por caja y me traje un LCD de 17" ultra slick. Se veía perfecto y combinaba perfectamente con el color de la plataforma del escritorio; pero obviamente no sirvió de mucho. Los problemas subsistían, y esta vez magnificados por las dimensiones del monitor.
Por lógica, el siguiente peldaño en el cual buscar el error era la tarjeta de video. Así que de vuelta a la tienda, esta vez por una sencilla y básica PCI Express de 256 Mb. El pequeño detalle era que no coincidía con ninguno de los slots de la tarjeta madre... más dinero al agua. Al final, deprimido, no me quedó otra alternativa que merodear por todos los establecimientos de electrónica en 5 km a la redonda con mi vieja y malograda tarjeta de video, en busca de un reemplazo. Demás está decir que el 50% de los vendedores o técnicos me aconsejaban botar la CPU y armar algo más acorde a los tiempos y requisitos modernos; la otra mitad simplemente se reía de mí y de mi ridícula y prehistórica tarjeta.
Sólo luego de casi 6 horas de búsqueda conseguí una, de menor capacidad y más antigua. Desgracias de la obsolescencia tecnológica: al cambiar el nivel, formato o capacidad de un ítem, todo lo que vino antes desaparece, fagocitado por el vacío. Claro, al final conseguí lo que buscaba, o en todo caso algo muy similar: pero la agonía sufrida y la inversión previa no son justificables bajo ningún concepto. Ahora tengo una computadora menos potente que hace una semana, con un monitor de última tecnología y una tarjeta de video aún empacada. Por un monto similar al que ya gasté, podría completar los elementos de una estación de trabajo de última generación, y asumir los gastos efectuados como un adelanto.
Tengo que pensarlo bien. Pero con una buena negociación doméstica (la plata es del pueblo?) creo que puedo transformar esta debacle en una oportunidad. El futuro no espera (?), no veo por qué debería hacerlo yo.
Prólogo: mi computadora es un frankenstein de lo más quimérico, basada en una Pentium del 1999 que con el pasar de los años fue cambiando componentes, al punto que del original sólo quedaba el monitor, los parlantes y la (inútil) lectora de diskettes. El 2002 cambié la mainboard y la tarjeta de video, el 2003 el disco duro y la lectora de CDs, el 2004 la tarjeta de red, el teclado y el mouse.
Por lo dicho, cuando hace algunas semanas la imagen en la pantalla comenzó a mostrar fluctuaciones preocupantes, de inmediato asumí que era la señal de rendición del último mohicano de mi PC: el monitor. De inmediato y sin pensarlo mucho pasé por caja y me traje un LCD de 17" ultra slick. Se veía perfecto y combinaba perfectamente con el color de la plataforma del escritorio; pero obviamente no sirvió de mucho. Los problemas subsistían, y esta vez magnificados por las dimensiones del monitor.
Por lógica, el siguiente peldaño en el cual buscar el error era la tarjeta de video. Así que de vuelta a la tienda, esta vez por una sencilla y básica PCI Express de 256 Mb. El pequeño detalle era que no coincidía con ninguno de los slots de la tarjeta madre... más dinero al agua. Al final, deprimido, no me quedó otra alternativa que merodear por todos los establecimientos de electrónica en 5 km a la redonda con mi vieja y malograda tarjeta de video, en busca de un reemplazo. Demás está decir que el 50% de los vendedores o técnicos me aconsejaban botar la CPU y armar algo más acorde a los tiempos y requisitos modernos; la otra mitad simplemente se reía de mí y de mi ridícula y prehistórica tarjeta.
Sólo luego de casi 6 horas de búsqueda conseguí una, de menor capacidad y más antigua. Desgracias de la obsolescencia tecnológica: al cambiar el nivel, formato o capacidad de un ítem, todo lo que vino antes desaparece, fagocitado por el vacío. Claro, al final conseguí lo que buscaba, o en todo caso algo muy similar: pero la agonía sufrida y la inversión previa no son justificables bajo ningún concepto. Ahora tengo una computadora menos potente que hace una semana, con un monitor de última tecnología y una tarjeta de video aún empacada. Por un monto similar al que ya gasté, podría completar los elementos de una estación de trabajo de última generación, y asumir los gastos efectuados como un adelanto.
Tengo que pensarlo bien. Pero con una buena negociación doméstica (la plata es del pueblo?) creo que puedo transformar esta debacle en una oportunidad. El futuro no espera (?), no veo por qué debería hacerlo yo.
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