Y al final lo que me temía, tal como expresé en el post introductorio de la Copa América, no sucedió. Por una serie de motivos, el módulo esquizofrénico de Uribe para la selección peruana (a palabras un 3-5-2, en la realidad un 5-1-4) funcionó a las mil maravillas y Perú sepultó de goles a la un tiempo gloriosa celeste, generando la primera gran sorpresa de la Copa y relanzando las aspiraciones de la blanquirroja.
Pero vamos con orden: luego de medio tiempo absolutamente monótono y sin llegadas claras, Perú confeccionó una jugada de laboratorio en un tiro de esquina; rápido intercambio Farfán-Pizarro-Farfán, preciso cross de este último para la cabeza de Villalta que, llegando con prepotencia por el segundo palo, aplastaba al incierto Rodríguez y fusilaba a Carini (27'). Uruguay aún no se recuperaba del shock cuando un pase filtrante de Farfán encontraba a Pizarro lanzado al arco perfectamente habilitado y, luego de un milagro de Carini, Guerrero depositaba cómodamente en el arco, sólo para ver que el asistente de línea (increíblemente, un venezolano, en total conflicto de intereses puesto que Venezuela juega en el mismo grupo) levantaba la bandera e impulsaba al árbitro Amarilla a anular injustamente el tanto (32'). La impotencia de los charrúas se explicitaba en un remate de fuera de Estoyanoff, desviado sobre el larguero por Butrón (45').
En el segundo tiempo, el recién entrado Cristian Rodríguez metía una tijera fenomenal a tres metros del arco, pero Butrón realizaba la atajada del partido, bloqueándola en el suelo con reflejos realmente felinos (48'). Fue la última ocasión clara en todo el partido de un Uruguay que seguiría votado a un ataque con pocas neuronas, exponiéndose así a los temibles contragolpes peruanos que, primero con un tremendo golazo de Mariño desde el límite del área (69') y luego con Guerrero, apoyando en el arco vacío después de una brillante pared con Mendoza (88'), terminaban por cerrar los juegos.
Pero vamos a las razones de este espectacular resultado:
Mientras tanto, a disfrutar. Pero ojo que una golondrina no hace verano, y tres tampoco.
Pero vamos con orden: luego de medio tiempo absolutamente monótono y sin llegadas claras, Perú confeccionó una jugada de laboratorio en un tiro de esquina; rápido intercambio Farfán-Pizarro-Farfán, preciso cross de este último para la cabeza de Villalta que, llegando con prepotencia por el segundo palo, aplastaba al incierto Rodríguez y fusilaba a Carini (27'). Uruguay aún no se recuperaba del shock cuando un pase filtrante de Farfán encontraba a Pizarro lanzado al arco perfectamente habilitado y, luego de un milagro de Carini, Guerrero depositaba cómodamente en el arco, sólo para ver que el asistente de línea (increíblemente, un venezolano, en total conflicto de intereses puesto que Venezuela juega en el mismo grupo) levantaba la bandera e impulsaba al árbitro Amarilla a anular injustamente el tanto (32'). La impotencia de los charrúas se explicitaba en un remate de fuera de Estoyanoff, desviado sobre el larguero por Butrón (45').
En el segundo tiempo, el recién entrado Cristian Rodríguez metía una tijera fenomenal a tres metros del arco, pero Butrón realizaba la atajada del partido, bloqueándola en el suelo con reflejos realmente felinos (48'). Fue la última ocasión clara en todo el partido de un Uruguay que seguiría votado a un ataque con pocas neuronas, exponiéndose así a los temibles contragolpes peruanos que, primero con un tremendo golazo de Mariño desde el límite del área (69') y luego con Guerrero, apoyando en el arco vacío después de una brillante pared con Mendoza (88'), terminaban por cerrar los juegos.
Pero vamos a las razones de este espectacular resultado:
- Los escasos reflejos de Tabárez: nunca entendió el sistema de Uribe; si no, no se explica como, frente a la lesión de Recoba, mantuvo 3 volantes de contención en el medio detrás de los 3 delanteros. García, Pérez y Canobbio tenían toda la cancha para ellos (Bazalar no opuso nunca la mínima resistencia), pero no sabían qué hacer con la pelota, dejando que Forlán y los dos punteros desaparecieran entre las camisetas blancas. Lo lógico era eliminar a uno de ellos y poner un enganche, pero no se hizo; dos de sus cambios fueron de delantero por delantero, y terminó el partido con un 4-2-4 quizás hasta más seccionado que el módulo peruano. No es una casualidad que los uruguayos no hayan creado una sola acción de gol en los últimos 42 minutos de juego, aún estando abajo 0-1 y con todo el campo a su disposición.
- La pelota parada: si algo hay que reconocerle a Uribe, es la buena preparación demostrada por la zaga peruana en las jugadas a balón detenido. No sólo el gol de Villalta es evidentemente fruto del entrenamiento, sino que Uruguay no pudo llegar jamás con claridad a través de tiros francos o de esquina. Un milagro, vistos los antecedentes.
- El flujo del partido: el módulo planteado por Uribe servía sólo para contragolpear y la coyuntura terminó decántandose a su favor. No es una casualidad que el gol primer nazca de una acción aislada y de pelota parada, y no a través del juego, algo totalmente imposible si se considera que Perú prácticamente jugó sin volantes. Luego, los otros 3 goles (incluyo el que fue anulado sin ningún motivo por Amarilla) fueron todos realizados al contrataque, jugando sobre la desesperación uruguaya y la ventaja adquirida. Si Uruguay hubiera abierto el marcador, o hubiera empatado a principios del segundo tiempo, ese mismo sistema terco y monocorde se habría convertido en la perdición de los peruanos.
- La atajada de Butrón sobre Cristian Rodríguez: ese salto instintivo vale más que cualquiera de los goles que entraron en el otro arco. Con el empate se caía todo el castillo de arena, pero el buen Leao escogió el mejor momento para sacar un milagro debajo de la manga.
- La falta de conocimiento de los defensas uruguayos: conoce a tu adversario si quieres saber como enfrentarlo, dicen los teóricos bélicos. La última línea uruguaya no hizo sus deberes, porque si no no se explica el enorme espacio concedido a Mariño en la acción del segundo gol peruano. Yo llamé el gol desde el momento en que los stoppers celestes, en lugar de salir al encuentro, cerraron compactos hacia el centro; cualquiera que haya visto jugar al Burrito sabía de antemano que venía directo al disparo, sin siquiera buscar con la mirada a Farfán, en el centro del área. Booooom.
Mientras tanto, a disfrutar. Pero ojo que una golondrina no hace verano, y tres tampoco.
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