Hay canciones que se relacionan muy específicamente con un momento determinado de la vida de alguien. En mi caso, eso suele ser la costumbre, y éste es un ejemplo lampante. Todas las veces que oigo el coro de este hit de 1991 no puedo dejar de pensar en mis entrenamientos de tenis, cuando todavía pensaba que podría obtener algún resultado en el deporte blanco (ya traté el tema en este post). La voz de Shanice se ha mezclado en mi cabeza con el sabor a mandarina salada de las bebidas hidratantes, el olor característico de la peluza amarilla al hacer un saque, la luz blanquecina dentro de la cancha indoor, los gritos de mi coach cuando no lograba vencer el instinto de jugar serve and volley de forma mecánica. Y todo por un spot de Gatorade protagonizado por André Agassi, mi ídolo de ese entonces, que justamente usaba como soundtrack esta canción. Todo cuadra...
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